viernes, 9 de septiembre de 2011

Publicación: Líneas humanistas como propuesta de formación


Entre Creeres y Saberes

Nota: Este artículo fue publicado en la Revista de Educación y Sociedad “Sin Saberes”, Año 1, No. 1, Diciembre 1994-febrero 1995. 

¿Desde dónde el docente es y hace?
¿Qué es y hace?, han sido los cuestionamientos básicos de la presente sección, que tiene como finalidad exponer y, sobre todo, compartir esos creeres y saberes que los docente vamos construyendo en nuestra experiencia educativa.
En esta ocasión se cede el espacio a los debates que sobre formación se manifiestan en los posgrados de educación; eje que propiciará, de alguna forma, revisar esa cotidianidad en la que se envuelve el maestro.


Los acontecimientos que ocurren en el mundo (hambrunas, guerras, violencia, desintegración social y familiar) son signos de desarmonización entre los elementos que integran la sociedad; existen hechos discordantes que desafinan la  armonía humana en su convivencia diaria.

La encomienda de armonizar socialmente a los individuos, y por ende a la sociedad, se le ha delegado a la educación; ésta se realiza de dos maneras: espontánea (conjunto de instancias del ambiente social) y sistemática o formal, que ha sido históricamente la responsable de transmitir la cultura entendida ésta como parte del proceso de formación; siendo trascendental el papel del docente a quien el Estado le exige que “desarrolle armónicamente todas las facultades del ser humano. [1]

La educación ha fracasado, no ha formado hombres que logren la armonización de la sociedad. Es necesario plantear la formación del docente que ésta no radica en las políticas educativas, ni en los proyectos curriculares que sólo contienen propuestas, la formación radica en la experiencia de cada sujeto, en sus saberes, valores, formas de razonar, en sus afectos y emociones. [2]

Veo con angustia que el discurso oficial trasmite su propuesta de formación amparando el poder político, económico y cultural, caracterizándola como alienante y tecnocrática, “su política es la tecnocracias: la búsqueda incesante de eficiencia, orden, mejor y más completo control racional”[3]

Hemos dejado que nos ocupen el espacio que legítimamente nos pertenece; no tenemos propuestas de formación, ni una propia. Se requiere disertar sobre su concepto, debemos analizar los elementos nocivos en el actuar de los profesores que denigran la profesión. Es necesario psicoanalizar la formación personal y laboral del docente.

Ángel Díaz Barriga examina algunas condiciones que deterioran la imagen que tiene el docente de sí mismo. “Estos procesos están marcados por la manera como se atribuye su trabajo, por el reconocimiento social al mismo, muy por los espacios de su autonomía profesional que se le conceden para definir el sentido de la actuación”. [4]

El profesor es el primero que deteriora su imagen, desestima su labor y con sus acciones la humilla. Engendra en sus alumnos sus frustraciones, reproduce generaciones ausentes de formación.

Debemos rechazar la “uniformidad despersonalizante, y en algunos casos impone. El docente se encarga de transmitirla a sus alumnos con su “tendencia a modelizar”, es decir, “el propósito consciente o no de ésta y de sus expresiones en los modelos individuales es l uniformar, en hacer que los demás sean como deben ser”. [5]

Estas actitudes no dialectizan el conocimiento, no dinamizan la formación, la estatizan.  ¿Es de este tipo al que proponemos los profesores?

¿Reproducir, transmitir, multiplicar?

La formación es un proceso permanente que debemos poner en práctica en todos los ámbitos de nuestra vida, “implica cambio”[6], es praxis y su génesis la abstracción teórica.

En un coloquio sobre formación de docentes llevado a cabo en la Universidad Pedagógica Nacional, en la presentación del mismo, se anotó una frase con mucha profundidad: así como la palabra fue antes que el canto, la formación precede a la transformación.

Es necesario fomentar en el docente líneas humanistas y alcanzar en sus plenitud una formación humana “y es que el humanismo pretende formar al hombre de modo integral, (física, intelectual y moralmente)”[7], al humanismo no le interesa formar hombres para ocupar puestos de trabajo.[8]  

No esperamos que los cambios los implemente el Estado, como parte de al currícula, busquemos el cambio en los alumnos para contrarrestar la “uniformidad despersonalizante” con base en la formación humanista del docente. La reforma de la sociedad se inicia desde el individuo mismo.
El docente no debe quedarse a la zaga, la trascendencia de su misión se lo exige.


[1] Moreno Padilla, Javier. Constitución Política de los Estado Unidos Mexicanos, 9ª. edic. México, edit. Trillas, 1993, p. 10
[2] Carrizales Retamoza, César. El filosofar de los profesores s.d.  p. 33
[3] Rosak, Theodore. El nacimiento de una contracultura, (tr. Ángel Abad) 7ª. edic. Barcelona, edit. Kairos, 1981, p. 35
[4] Díaz Barriga, Ángel. Los procesos de frustración en el docente. s.d. p. 73
[5] Carrizales Retamoza, César. ob. cit. p. 20
[6] Ibid. P. 34
[7] Diccionario de las Ciencias de la Educación. 1ª. Edic. México, edit. Diagonal Santillana, 1984, p. 748
[8] Ibid. P. 748


Imprimir artículo